Esta mañana, mientras desayunábamos en el trabajo (por mucho que le pese al señor Joan Rosell), la conversación ha derivado desde un nacimiento "aletriste" (como tragicómico, pero con una alegría impregnada de tristeza: tenían que venir dos, nació una y la otra murió en un momento dado, durante el embarazo) y la necesidad de los abuelos por ver continuamente a los recién nietos, a saber o no ser flexible en el momento que invaden tu espacio o que cambia tu vida por una circunstancia u otra.
Un compañero ha dicho que él a ese saber adaptarse lo llama "ser líquido" y me ha hecho gracia. Había oído hablar de ser como los árboles, que se dejan mecer ante el viento e incluso se doblegan antes de partirse; de reticencias al cambio; de lo que cuesta adaptarse a nuevas circunstancias como un cambio de lugar de trabajo o hasta el nacimiento de un hijo; ser hijos de la costumbre.
En su caso, los cambios que representará en su vida la llegada de un hijo (como así será, en breve) se resumen en adaptarse, en tomar un nuevo espacio ese líquido que está en una botella de medio litro y a partir de mayo estará en una de litro y medio. Ser líquido y expandirse.
Al leer después el post de Chris sobre los acentos en las manos, he recordado que estuve un tiempo queriendo fotografiar las manos de mi madre para no olvidarlas nunca, aunque sé que no lo voy hacer : si soy capaz de recordar las manos de las personas que han estado a mi lado, ¿cómo no recordar permanentemente las de mi madre? Aun así, lo hice. En varias ocasiones y en diferentes momentos. Y las recuerdo perfectamente y son manos sin acentos pero lo dicen todo. Hablan. En esas fotos, yo ya era líquida, y era lágrima y supe pasar de tomarme un café con ella a dictarle su día a día mientras ella escribía intentando hacer buena letra y me decía "y qué más", esperando, paciente y aplicada, desgranar su día sin nombre. Luego aprendí a cantar con ella y las dos éramos agua clara por lo inocente del canto y del acto. Más tarde aprendí a estar cogida de su mano, en silencio, no había más. Y a coger su mano en el coche, tenía miedo. Las suyas y las nuestras eran manos líquidas, pero cálidas y llenas. Llenas de esos acentos de los que Chris nos habla pero que no tienen palabras, que no hablan en voz alta ni baja, que no tienen imagen asociada porque varía el sentimiento, las manos y las circunstancias. Pero siempre, manos; siempre agua.
No puedo divagar contigo, ahora mismo no, porque me has llevado a visualizar las manos de la mía, tan tan parecidas a estas con las que escribo... Yo también se las fotografié compañera...
ResponderEliminarBesos.Lenteja
Se me han saltado las lágrimas con el párrafo dedicado a las manos de tu madre. Te imaginaba diciéndolo en voz alta, con todos esos sentimientos que guardas dentro y tu voz calmada....y no he podido evitarlo...mis ojos se han aguado y he permitido que alguna lágrima cayera.
ResponderEliminarGracias, mil gracias por compartir sentimientos de este modo. Es precioso.
Me ha emocionado esta entrada, las manos que siempre miro y remiro (y nunca fotografío... se me ha pasado!) de las personas que más quiero, y haber podido ver con tus palabras las de tu madre, sin fotos ni nada. Precioso, Laquetecuén.
ResponderEliminarY llamar líquido a lo adaptable también, una figura interesante en oposición a rígido.
Un beso