Habrá quien me entenderá y habrá quién no (perogrullada) pero me gusta mucho el matiz que en mi tierra se le da a "los chicos"...
"¿Qué tal el chico?", le he preguntado a mi vecino de escalera y, sobre todo, de párquing. "El chico" es su hijo de siete u ocho años que a veces veo y a veces no, cosas de los padres separados y que tiene un canario que traslada de casa materna a casa paterna en vacaciones pero que, por encima de todo, tiene miedo a Paco, nuestro perro.
El padre del niño un poco más miedoso de lo normal (¿lo achacaremos también a la separación de sus padres?) es hijo de un oriundo de Huesca y por eso sabe que al hablar de "su chico" hablamos de su hijo, no su niño o su muchacho. "Su chico" lleva ímplicita una carga adicional de protección que no lo da el determinante posesivo, carga que, además, acumula un sentimiento de cariño especial...
Y me resulta enternecedor ese uso aragonés que de los chicos y las chicas hacían mis padres y mi abuela. "¿Dónde están los chicos?" y no preguntaban por mis hermanos varones sino por mis sobrinos pequeños, ellos y ellas, "los críos" a los que tenemos que guardar de los malos sueños y del frío y del hombre del saco.
"Y tú, ¿no tienes chicos?". Pues no, no tengo "familia", no tengo descendencia propia y directa como son los hijos. "Mis chicos" son mis sobrinos y algún sobrino putativo.
Este sábado fue la última de una generación la que se refirió a "los chicos" de la familia al hablar con mujeres cincuentonas de los mayores de la casa... Es la última protagonista de toda una generación que vivió la guerra y la emigración y la transición y que me ata a mis abuelos que no están como mis padres o mis tíos que tampoco están...
"La vida es un verbo y estamos aquí de paso como los pajaricos..."